Se va otro día que no tiene ni principio no fin. Cómo todos los días que pasan últimamente. Y cada hora, cada momento es una escalera, como un puente para esperar lo que vendrá. Las sensaciones están por toda la casa, encerradas, a punto de estallar y romper alguna ventana. Yo las miro y las voy mezclando entre estas ganas de avanzar y esta ansiedad que me tropieza. Los días que se van, son como agua en un colador, inevitablemente escurridisos y vacíos. Algo me dice que yo debería aprovecharlos. Algo así como vivir los restos de esta vida que me queda. Pero hay muy pocas cosas que me animen, que me sacudan y despierte. Todo se está desarmando, un rompecabezas que perdió las aristas para encajar y no hay forma: ya no puedo ser quién era, no hay forma de juntar todas las partes de lo que yo era. Algo va a venir por mi: quisiera que sea el impulso que me eleve. Que no sea esta oscuridad que me encierra debajo de las sábanas.
Puede una elegir cómo se puede sentir?
Puede una mirar para el costado y no mancharse las pestañas
con la tristeza del otro, cuando una ya no ama más?
Puede una transformar los restos de un amor
y dejarlo ir sin sentir, sin perderse?
Hablo de reencontrarse, de saber quién soy.
Puede una elegir de quién se enamora?
Y decir no: aquí no se puede entrar,
no importa cuánto me cuides.
Y la cabeza hacia el frente,
un témpano lleno de mariposas que no vuelan.
Semillas del olvido, habría que plantar,
para que la culpa no exista, para despertarnos
y sentir que realmente se empieza de nuevo.
Sin ataduras, sin huellas, sin dudar.
Yo sé,
que todo va a transformarse,
que todo va a mutar para mejor.
Y cada pieza de esa vida que tuve
y cada pieza de lo que soy ahora,
van a mirarse y van a encontrar
la forma de relacionarse
y seguir juntas en el camino.
Lo más duro de sentir, no es sentir,
es hacerse cargo de lo que uno siente.
Encontrar el equilibrio
y seguir flotando sin hundirse,
sin pensar que algo está mal en mí,
por ya no ser quién tenías en tus manos,
por respirar igual sin el aire que no estás.